domingo, octubre 18, 2009

Rodin: ¨El Beso¨



Reminiscencias renacentistas se plasman en “El beso” obra cumbre del artista y clave en el discurso escultórico del siglo XIX.


Durante el siglo XIX en Francia la pintura logró alcanzar calidad y brillantez mientras que la escultura, parecía quedarse rezagada. Tendremos que llegar a mitades del siglo para poder observar un aumento de la calidad y un mayor logro artístico dentro del campo escultórico. En estos años la escultura se estaba desarrollando como un medio de exaltación y propaganda para determinados personajes, como héroes militares, políticos, o algún literato u artista de renombre. Se realizaban verdaderos monumentos conmemorativos respondiendo a una función más bien didáctica y decorativa. Mediante estos conjuntos se lograba el embellecimiento de la urbe y colaboraban en las ampliaciones urbanísticas.

Será el Realismo, ya introducido en la pintura, el que dotará de autonomía y originalidad a la escultura. Sucede una renovación de las formas que se verá consolidada a finales de siglo, cuando se conseguirá alcanzar un lenguaje novedoso y propio. Es en este momento y lugar, donde debemos situar a Auguste Rodin, verdadero protagonista de esta renovación estilística. Lejos del academicismo neoclásico, Rodin desarrollará una línea que rompe con las experiencias de la primera mitad de siglo.

Françoise-Auguste Rene Rodin nació en 1840 en París y fue el encargado de cambiar el rumbo de la trayectoria de la escultura para poner las bases de los cambios artísticos del posterior siglo. La Escuela de Artes Decorativas de París fue la elegida por Rodin para comenzar su formación, aunque dicha escuela no tuviera demasiada buena fama entre los artistas de estos años. Amplió sus conocimientos con extensos estudios de anatomía logrando alcanzar con ello la perfección de los cuerpos dentro de la escultura. Ese manejo de las formas le llevó a protagonizar en 1877 un gran escándalo, respuesta a su primera obra “La Edad de Bronce”, donde aparecía un desnudo masculino a tamaño natural. Por ésta composición le acusaron de haber copiado del natural, y no del molde en arcilla, como debía hacerse en la técnica del vaciado, que era la recomendada para trabajar en estos momentos. Semejante actuación, contraria a la tradición, era considerada en esos tiempos como deshonrosa.

Este contratiempo lejos de apartarle del arte, le hizo alcanzar fama entre la sociedad parisina y le colocó dentro de los mejores escultores de la época. Dentro de la obra de Rodin podemos hablar de dos estilos diferentes, uno sería, el que se adaptaba más a las formas reclamadas por la sociedad, de aspecto muy decorativo; y el otro sería aquel que representaba su verdadero sentir, la creación pura de la mente del artista. El primero le proporcionaría el medio de vida; mientras que, el segundo más transgresor le permitía innovar y plasmar aquello que realmente quería transmitir con su trabajo. Rodin desarrolló una obra cargada de texturas duras y de formas suaves, dotándolas de pasión y de ingenio, que complementaba con una gran fuerza psicológica consiguiendo un conjunto cargado de sentido y sentimiento. La controversia lograda con su primera obra le hizo acceder a diferentes espacios sociales, que le proporcionaron sucesivos encargos. Entre ellos se encuentra uno oficial realizado en 1880. Le solicitaban que efectuara unas puertas de gran tamaño para el Museo de Artes Decorativas de París. Para ello, Rodin se inspirará en el “Infierno” de Dante, evocando las formas renacentistas de las “Puertas del Paraíso” de Ghiberti en el Baptisterio de la Catedral de Florencia. El proyecto fue pensado por Rodin, de grandes dimensiones, aspecto que hizo que en muchos momentos desbordara al artista. Dicho encargo nunca consiguió alcanzar su fin, pues el Museo nunca llegó a abrir sus puertas. Sin embargo, se culminaron algunos fragmentos del conjunto que conformarían estas puertas. Entre estas figuras se encuentra “El Beso”, obra formada por una pareja besándose mientras sus cuerpos aparecen entrelazados.

Rodin concibió las puertas como las del Infierno, contrarias a la idea de paraíso de las de Ghiberti. Para ello se basó en el texto de Dante, sacando de él las imágenes que luego tomaban forma a través de sus manos de escultor. “El Beso” es la historia de dos personajes dantescos, cuya leyenda cuenta que Francesca da Rimini se enamoró perdidamente del hermano de su marido, qué a su vez también estaba casado. Este amor les llevó a la muerte, pues el marido de Francesca les descubrió, mientras ellos embelesados leían los amores de Lanzarote y Ginebra. Ofuscado por este descubrimiento el hermano de Paolo, les asesinó. El momento plasmado por Rodin en su obra capta este final, pues aparece el libro en la mano del hombre. De la protagonista de ésta historia surgió el primer titulo que el artista le puso a la escultura, Francesca da Rimini. Sin embargo en 1887, cuando la obra fue presentada, los críticos de arte coincidieron en qué, El Beso, era más a adecuado a la composición. Ésta obra realizada en mármol, fue la primera versión de un total de tres que se le encargaron a Rodin. Esta primera fue un encargo directo del gobierno francés; la segunda, fue un encargo privado realizado por un coleccionista ingles llamado Edward Perry Warren que tras ver la primera se quedó prendado, posteriormente pasó a formar parte de la Tate Gallery. La última versión fue solicitada por un danés llamado Carl Jacobsen y se pudo ver expuesta en la Gliptoteca de Copenhague. Pero es la versión originaría, la que aquí nos ocupa, siendo la primera creación del artista y la mejor considerada. Dicha obra fue ejecutada en mármol, y no en bronce, material mucho más habitual dentro de su producción. Para conseguir estas composiciones de gran tamaño encargadas para la puerta, se valió de sus colaboradores que elaboraron modelos en dicho tamaño con materiales, como el yeso, la arcilla o la terracota, más fáciles de trabajar, y así posteriormente el artista dotaba al mármol de su forma basándose en estos moldes.

La realizó en 1886 y fué exhibida al público por primera vez en el Salón de París de 1898. En ella podemos observar todas las características propias del artista. En primer lugar, no existe un punto de vista único, lo que permite que el conjunto pueda ser observado y contemplado desde cualquier ángulo, obteniendo la misma impresión en cualquier caso. También, a través de este recurso, consigue dotar a la obra de mayor personalidad y naturalidad, acercándola al espectador a través de todas sus partes. Esta multiplicidad de perspectivas y el contacto directo con la luz y con la atmósfera de rededor, consiguen crear una perfecta consonancia en todas sus partes.

El hecho de que la obra sea dinámica y que obligue al espectador a estar activo le concede fuerza y le dota de una personalidad, que hubiera sido imposible sin estas posibilidades infinitas de visualización. Así el artista ha conseguido plasmar y transmitir el momento del beso, instante de máxima pasión, qué le es fácil emitir a través de esos cuerpos entrelazados que se funden en espiral y que trasladan su movimiento a todo el espacio que le rodea. A su vez, la obra denota el perfecto conocimiento de la anatomía del cuerpo, con un total dominio en cada pliegue de la piel de un cuerpo totalmente contorsionado, donde ninguna parte parece salirse del referente natural. Podemos observar, también, la adaptación de la técnica miguelangelesca en sus propias manos. La perfección de las superficies pulidas que el genio renacentista proporcionaba a sus obras son retomadas ahora por Rodin, jugando al igual que el italiano, con los contrastes entre zonas finalizadas y pulidas, con otras sin pulir y de aspecto inacabado.

Con esta obra no sólo logró realizar una creación única en el tiempo y en la historia, sino que además creó una imagen emblemática, tan bella que ha sido múltiples veces reproducida en todos los tamaños y materiales posibles.